A media mañana empezó a llegar gente, a ese lugar que llamaban: Perrera. Apareció una chica que llevaba una bata blanca y vino directa a nuestra jaula, allí, primero cogió a mamá, se la llevó con ella y todas nosotras nos asustamos, ¿por qué se llevaba a mamá?, pero no tardó en regresar junto con la chica de la bata blanca, venía contenta meneando el rabo y supimos que no le había hecho nada, cuando abrió la puerta todas corrimos hacia mamá que nos fue lamiendo una a una, para tranquilizarnos, luego la chica, me cogió, miré aterrada a mamá pero ella ponía cara de aprobación así que me dejé acariciar y me fui tranquila con ella.
Me llevó a una sala
que estaba muy fría, pero como me tenía en brazos me daba calor, estuvo
mirándome de arriba abajo, luego me dio algo que estaba malo, pero me hizo cosquillas entre las orejas y eso me gustó
mucho, después me trajo de vuelta a la jaula con mamá y las demás. Cuando me
dejó cogió a una de mis hermanas, pero yo le dije que no pasaba nada, que le
harían mimos, así que mi hermana se marchó muy contenta. Cuando terminó
de revisarnos a todas, mamá nos contó que a esa chica era una veterinaria y que
nos miraba para comprobar que estábamos bien. Me gustó Veterinaria, sobre todo sus caricias, pensé que nos
llevaríamos bien.
Después nos abrieron
la puerta de la jaula y salimos con los demás perros, era la hora de la
diversión, de darnos a conocer, pues poco a poco se iban acercando a nosotras
para olernos, siempre bajo la supervisión de mamá que primero los olía a ellos.
Se acercó Mimí, era
una Yorkshire que hablaba raro, me preguntó si había visto su abrigo, ¿abrigo?,
le dije yo, ¿eso qué es?,
me miró con cara sorprendida, se dio media vuelta y la vi marcharse meneando el
rabo de una
forma extraña.
Luego se acercó
Tobo, era un galgo muy alto, tanto que tenía que alzar mucho mi cuello para ver
lo que había más allá de unas patas finas y largas, muy, muy largas. Al ver mi
curiosidad, agachó su cuello y me husmeó, me hizo una caricia en el hocico, entonces
pude ver su cara dulce y sus ojos tristes, pero mi madre pensó que estaba
demasiado cerca para mí y ladró alejándolo.
El más grande de
todos era Dan, un gran danés negro como la noche, al verlo pensé que no era un
perro, alguien se debía de haber equivocado pues eso no era un perro, él y yo
no éramos de la misma especie, ¡él era un caballo! Mis piernas temblaban
conforme se iba acercando a mí, al principio pensé que era porque el suelo se
movía cuando sus patas pisaban la tierra y eso hacía que mis piernas temblaran,
pero no, mi cuerpo también temblaba, era miedo, solo pude pensar: ¡socorro! Y mis orejas se agacharon
haciéndose pequeñas, mi cola desapareció
entre las piernas y me meé. Dan se acercó, me olió y lo único que debió oler
fue el miedo, pues dobló sus grandes patas y se echó junto a mí, aunque estaba
echado era mucho más grande que yo, pero ya no me daba miedo, levanté la cara y
vi que me miraba con cierta ternura, le sonreí y él me guiñó un ojo, luego poco
a poco me fui acercando a sus patas y me atreví a subirme por ellas, él me
dejaba. Cuando estuve a la altura de su cabeza, le di un lametón, él se rió y
jugamos juntos un rato, él con mucho cuidado porque sabía que me podía hacer
daño, así que era yo la que le mordía la oreja y él se dejaba. Dan sería mi
primer gran amigo, con él al lado me sentía segura, era tan grande como su
corazón.
Después de esta
experiencia volvieron los chicos y poco a poco nos fueron metiendo uno a uno en
nuestras jaulas, el día había sido intenso, estábamos todas muy cansadas así
que nos acurrucamos junto a mamá, tomamos un poco de su leche y una a una nos
fuimos quedando dormidas.
Pero antes de
dejarme vencer por el sueño, pensé que aquel sitio era extraordinario y allí
podría hacer muchos, muchos amigos. Ya tenía ganas de que saliera de nuevo el
sol, para poder seguir jugando con todos ellos.